EL DESTETE

Durante los primeros meses de vida de Gabriele pensaba a menudo en que quizá el momento del destete sería difícil para él. Después me fui dando cuenta, poco a poco, de que en realidad era un camino que debíamos atravesar los dos juntos, que se trataba, sobre todo, de un cambio en una relación. Mi deseo y mis incertidumbres también viven en ella, al igual que mi propia dependencia y mi placer. Gabriele está descubriendo el mundo, cada día se queda fascinado por nuevos objetos, sonidos, sabores. La introducción de alimentos no deja de ser parte de ese proceso, lleno de esfuerzos y entusiasmo. Al mismo tiempo, él tiene que ir abandonando la que ha sido su única fuente de alimento (y de muchas otras cosas) desde su nacimiento, sin saber por qué, sin tener ni idea de lo que significa que nunca volverá a mamar, sin conciencia ninguna de que su realidad se modifica para siempre. Todas las madres querrían llevar a cabo este proceso evitando que el bebé sintiera una privación, aunque yo sigo sin tener muy claro si eso es posible. Parece que el mejor modelo en este sentido es el de esos bebés que se destetan solos. Un día deciden que ya no quieren y basta, se terminó el problema del destete. ¿Es eso mejor que quitarle el pecho al niño cuando todavía lo desea? Me hago a menudo esta pregunta y no sé por qué pienso que en realidad no. Cansarse de lo que uno ha amado me suele parecer más triste que ser abandonado, pero creo, sinceramente, que no hay una respuesta fácil (mientras no podamos leer la mente del bebé).

En cualquier caso, me parece claro que el secreto del destete es hacerlo poco a poco y en el momento adecuado. Cuando el niño haya alcanzado la suficiente autonomía, y disfrute ya bastante comiendo otros alimentos. Saber cuándo ha llegado ese momento es algo que compete sólo a la madre. Me parece que los bebés dan muestras de estos cambios, y nosotras los vemos, a veces con alegría por sus progresos, otros con cierta pena por la exclusividad que se pierde.

En los últimos días Gabriele ha entrado en algo así como una fase crítica del destete. Hace ya un mes y medio que empezó a comer otras cosas, y esto no ha supuesto para él ningún problema. Exulta de alegría cuando ve el biberón con cereales y también disfruta con las frutas, la carne y las verduras casi desde el primer día. De hecho, la cuchara se ha convertido en uno de sus juguetes preferidos. Así que el proceso, en general, ha sido fácil (lo que no quita que en ciertas ocasiones se enfade y llore a mitad de la comida, o se desespere porque quiere coger y tirar la cuchara, como hace ahora con casi todos los objetos). Yo he seguido dándole el pecho “de postre”, y nada más despertarse por la mañana, y el proceso parecía avanzar sin rastros de conflicto.

Pero ahora, de repente, Gabriele me ha sorprendido con algunas reacciones que no esperaba y que, en cierto modo, nos devuelven a la realidad de las cosas. Hace pocos días me mordió mientras mamaba. Yo lo separé de inmediato y le dije un “no” bastante enérgico (después, pensándolo, creo que fue el primer “no” de su vida), a lo que él reaccionó llorando y llorando. Entendí que debía de haberse sentido rechazado y conseguí que volviera a mamar sin morderme, pero la escena se repitió otros dos días. Y entre eso, y el hecho de que él es cada vez más grande y yo, al darle otros alimentos, tengo cada vez menos leche, su relación con el pecho se ha vuelto muy ambivalente: a veces lo busca y otras lo rechaza; a veces mama contento y relajado y otras se pelea con la teta, que, supongo, ya no le da todo lo que él querría. Ante esta situación, me pregunto si es mejor cortar por lo sano o dejarle que mame cuando él busque el pecho (arriesgándome a que después se enfade), teniendo en cuenta que su alimentación ya no depende en absoluto de mi leche. Me he decidido por la segunda opción, pero creo sinceramente que lo hago también por mí: porque quizá los dos necesitemos un último período de transición.

Gabriele no sabe lo que significa que él haya crecido, y desconoce el mecanismo de la oferta y la demanda en la producción de leche: imagino que sólo ve que el pecho antes era “bueno”, estaba siempre ahí y le saciaba; y ahora a veces es “bueno” (le gusta, le tranquiliza) y otras “malo”: ya no le da la leche que quiere. También sé que él es ya muy consciente de que la teta es mía, y por tanto los dos estamos completamente involucrados en el asunto. Ha aprendido que no me puede morder, y quizá en algunos momentos se haya enfadado conmigo. Pero es importante también comprobar que, pese a todo, los dos vamos sobreviviendo (el uno para el otro) y reencontrándonos. Sé que dentro de muy poco la lactancia, y la unión física que tengo con mi hijo, será sólo un recuerdo. Él ni siquiera tendrá ese recuerdo. Pero me conformo con pensar que en algún lugar le habrá quedado la huella de nuestra intimidad, y de un intenso placer ligado al comer, al chupar, al ser sostenido y abrazado; que la marca remota de esa unión y ese placer le ayudará a sentir que la vida está llena de fuentes de disfrute, y también de encuentros a los que merece la pena saber abandonarse.

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