Acerca del parto leí y pensé lo que no está escrito durante los últimos meses de embarazo. Un día, en una de esas clases de “preparación al parto” (en las que en realidad se piensa muy poco en quienes deben enfrentarse por primera vez a ese momento, se da mucha información innecesaria, se puede llegar a intimidar, según quien las imparta, y sobre todo se trata de enseñar a las mujeres aquello que no puede ser enseñado: cómo vivir unas horas en las que cada una de ellas se enfrentará a su cuerpo de un modo particular e único) una matrona nos dijo que no entendía por qué todas nos preocupábamos tanto por el parto, hasta llegar a obsesionarlos, cuando en realidad el parto duraba muy poco tiempo en comparación con lo que suponía después criar a un niño: ¡eso era lo que debía desvelarnos!, “porque el postparto es durísimo, la lactancia es durísima, no dormiréis, no sabréis qué hacer con el niño, pasaréis noches y noches en Urgencias”, etc. Para que no nos diéramos de bruces con aquella terrible realidad, nos recomendaba buscar información sobre puericultura, lactancia o pediatría en lugar de seguir haciendo preguntas y más preguntas sobre el parto. Recuerdo que, en aquel momento, no me pareció descabellado el parecer de la matrona y pensé que quizá sí, quizá debía de dejar de pensar tanto en cómo sería mi parto, no dar tanta importancia a ese día, no imaginar que de él fueran a depender demasiadas cosas.
Ahora, con un bebé de casi cinco meses, me permito disentir de lo que nos decía la matrona, como en realidad disiento de casi todo lo que escuché en aquellos cursos de preparación al parto (cursos en los que se debería dar mucho más protagonismo a las embarazadas, seleccionar con mucho más cuidado la información y el modo en que se presenta, nunca imponer, no estar a la defensiva, y sobre todo no tratar de enseñar cómo se deben hacer las cosas sino intentar dar a cada mujer la confianza para que se atreva a buscar su propio modo). No tengo ninguna idea especial acerca de cómo debería ser un parto perfecto (aunque barajé todas las hipótesis posibles durante el embarazo), ni tampoco he llegado a ninguna conclusión acerca de cómo se deberían atender los partos en los hospitales (tema que también ocupó gran parte de mis energías mentales). Es cierto, por otro lado, que el parto dura poco y que, con los medios actuales, casi siempre sale bien. Así que, racionalmente, no habría por qué preocuparse tanto. Pero la realidad es que sucede, en esas pocas horas, algo terriblemente inesperado, cargado de emociones encontradas, de una intensidad física y emocional a la que difícilmente se podrá llegar en ningún otro momento de la vida. Algo a lo que una, pensándolo fríamente, se siente incapaz de enfrentarse, porque, a fin de cuentas, ¿cómo puede salir un cuerpo de otro cuerpo? Creo que en el fondo todas las mujeres embarazadas saben lo que se juegan ese día, por eso le dan esa importancia, y también por eso quienes tratan de “prepararlas”, por lo general, entienden poco o nada de la significación que alcanza. En realidad, para salir bien parada de ese trance, no es necesario tener un parto perfecto. En mi parto hubo dificultades, que se solventaron. Tampoco hace falta que sea rápido o sin dolor. Yo tuve dolores durante horas, hasta que me decidí a pedir la epidural. Ni me parece ahora tan fundamental dar a luz en un entorno familiar, con muy pocas personas alrededor, música clásica de fondo, una bañera o masajes con aceites perfumados. Yo tuve a mi hijo en hospital, y siempre había sentido pavor a los médicos y los hospitales.
He llegado a la conclusión de que lo único verdaderamente importante del parto (dando por hecho que todo acabe bien, por supuesto) es el recuerdo que deja. Muchas veces pienso que casi todo lo que hacemos en la vida deberíamos hacerlo pensando en cómo lo recordaremos más tarde. Pero en este caso es especialmente importante, esencial incluso. Y resulta que todo juega a nuestro favor para que quede un buen recuerdo: el dolor se olvida, como se olvida el miedo que se sintió en algún momento difícil, o ciertas incomodidades. Yo tengo la sensación que debí de pasarlo en mi parto bastante peor de lo que recuerdo. Pero poco me importa, porque estoy convencida de que lo único que cuenta es lo que recuerdo. Ante todo, el instante en que vi por primera vez a Gabriele, aterrado él, conmovidos su padre y yo, que se ha quedado grabado en mi memoria como lo están los recuerdos de la primera infancia: una imagen sola, casi sin contexto, y un sentimiento de una intensidad extrema ligado a esa imagen. El resto es una nebulosa, un cúmulo de sospechas, de personas y de palabras que poco importan, si no es para llegar a ese recuerdo.
Las mujeres pensamos tanto en el parto porque sabemos lo importante que es llegar a vivir y guardar ese instante, y que no haya nada que lo ensombrezca en la memoria, que al volver a él no se despierte ningún fantasma. La buena noticia es que creo que es muy fácil conseguirlo. Pero todas tememos, a lo largo del embarazo, que no sea así. Y por eso las preocupaciones y las inseguridades. En los días anteriores al parto, a menudo trataba de imaginar lo que ocurriría, e imaginaba también cómo lo contaría yo después. Poder contar que había sido un instante memorable. Ése era mi mayor anhelo, y meses después, mi mayor conquista.
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