Lecturas

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MARGARET DRABBLE, La piedra de moler, Barcelona, Alba, 2013. *

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El misterioso título de esta novela, La piedra de moler, cuyo sentido resulta aún más enigmático tras haber finalizado la lectura y haber descartado cualquier reminiscencia bíblica, nos sitúa en un universo de expectativas truncadas y reinventadas que sin duda caracteriza a la original obra de Margaret Drabble. Nada es, en ella, lo que parece; la narración crece tanto en su avance que, llegado el momento, el lector acaba sorprendido y hasta turbado de la profundidad que alcanza lo que al principio prometía ser una sencilla novela de iniciación juvenil femenina.

La protagonista, que narra en primera persona, mantiene un cuidado equilibrio entre la confesión de la intimidad y la contención de las emociones, lo que desemboca en un texto penetrante y revelador, pero alejado de cualquier tipo de sensiblería. Esto resulta especialmente destacable dado el tema fundamental que recorre el libro: la maternidad, es decir, la historia de una mujer joven a través de la concepción, el embarazo, el parto y los primeros meses de vida de su hija. Una mujer sola y universitaria, de una posición social acomodada, en la Inglaterra de los años 60; con orgullo personal y una capacidad inusitada para enfrentarse a las pruebas de la vida sin abandonar, ni por un segundo, la intensidad de lo vivido. La irracionalidad de una decisión, la de seguir adelante con el embarazo, y de un amor, el de una madre por su hija, aparecen como revelaciones de un destino que se contrapone al libre albedrío y a la elección de las pasiones. Y, quizá por ello, la voz narrativa resulta poderosamente verosímil en su aceptación de los hechos y en su libertad para asumir la experiencia de un modo original y subversivo.

Pocas novelas se han introducido en el universo de la maternidad y de las relaciones madre-hijo. La piedra de moler, publicada por primera vez en 1965 y sólo ahora traducida al castellano, tiene el mérito de haber penetrado en ese terreno espinoso. La protagonista manifiesta un profundo rechazo hacia cualquier discurso consabido acerca de la maternidad o de las mujeres y, sin embargo, se cuela entre sus páginas el poder de una experiencia eminentemente femenina.

Margaret Drabble reivindica la maternidad como una forma de amor humano, noble y complejo. La mirada una madre hacia su hija se convierte en un amor adulto, que revela aristas ocultas de las emociones humanas: “Antes de que naciera Octavia, pensaba que el amor guardaba alguna relación con el mérito y la belleza, pero entonces me di cuenta de que no era de ningún modo así”. O, en otro momento: “El amor me había aislado con más efectividad que el miedo, el hábito o la indiferencia. Había una cosa en el mundo de la que estaba completamente segura, y esa cosa era Octavia.”

El libro nos ofrece también una inusitada mirada hacia el mundo de los bebés y la primera infancia: llena de dignidad, de admiración y de respeto. La protagonista no pretende saber nada sobre los niños, pero su amor la lleva a alertarnos frente a ciertas convicciones simples y extendidas. Es una voz abierta al otro, abierta a su verdad desconocida. Sobre los sufrimientos y las aflicciones de los niños de cuna, afirma: “Se olvidan en seguida, decimos, porque no podemos enfrentarnos al hecho de que nunca se olvidan.”

Al final, La piedra de moler se descubre como una hermosa reflexión acerca del destino, y de lo que es crear una vida. Despoja al embarazo, al parto y al puerperio de esa fatalidad biológica que tanto ha contribuido a degradarlos; por decirlo de algún modo, redime a la biología, aceptándola como parte de la experiencia, y, ahondando en ella, recorre el camino que otorga al nacimiento un sentido plenamente humano.

*Reseña publicada en "La sombra del Ciprés", suplemento cultural de El Norte de Castilla, el 08/02/2014

Extracto:

Sólo Dios sabe qué pequeños terrores incomunicables, desconocidos para todos, asaltan a los niños de cuna. No les prestamos atención, decimos que enseguida los olvidan sencillamente porque no tienen palabras para hacérnoslos recordar, porque no pueden atormentar nuestras conciencias con un recital de aflicciones. Para cuando aprenden a hablar, han olvidado los detalles de sus quejas, y por eso nunca nos enteramos. Se olvidan en seguida, decimos, porque no podemos enfrentarnos al hecho de que nunca se olvidan. No podemos soportar las injusticias de la vida, y por eso fingimos que una criatura puede olvidar las horas que ha pasado envuelta en papel de periódico en el suelo de una cabina telefónica, los golpes crueles a manos de los únicos que la habrían querido, la visión de sus hermanos mayores, que no pudieron ser salvados de las llamas producidas por la estufa de petróleo. Al igual que aquellos que consolaban a Job, no creemos que los inocentes sufran. Pero sí sufren. Lo vemos, pero no nos lo podemos creer.

 

MARTA HARRIS, Thinking about infants and young children, Londres, Harris Meltzer Trust, 2011. *

Matha Harris

Pensar en los bebés y en los niños pequeños: ese es el sencillo y a la vez ambicioso objetivo que se propone Martha Harris en este libro, que por desgracia no ha sido aún traducido al español. Mi encuentro con su obra, considerada en muchos lugares como un clásico del psicoanálisis infantil, fue una sorpresa y un placer. He de destacar, en primer lugar, la delicadeza y el gusto con que está escrito. No es siempre el caso en los libros de psicología. Pero Martha Harris, formada como profesora de literatura y como psicoterapeuta y psicoanalista infantil, nos recuerda y nos demuestra que el pensamiento va de la mano de las palabras, y que para hablar con propiedad de lo que piensan y sienten los niños pequeños, entre otras muchas cosas, hay que saber escribir.

El libro, pensado con una finalidad generalista y dirigido tanto a profesionales de la psicología y de la educación como a padres interesados en profundizar en estas cuestiones, recorre diversas etapas de la maternidad y la crianza, poniendo el foco en la realidad psíquica de la madre y el bebé, pero sin olvidar al padre, los hermanos, el resto de la familia, la sociedad. Se presenta al niño pequeño en íntima unión con su madre, pero a la vez se les sitúa a ambos en el mundo, y es aquí donde podemos encontrar algunas divergencias con la situación de los padres en la actualidad (puesto que se trata de una obra publicada en 1969 y 1975, aunque reeditada en múltiples ocasiones, hasta la actualidad).

Cuestiones como la dificultad de verse a uno mismo como padre o madre, la importancia de los primeros momentos de reconocimiento entre la madre y el bebé, el establecimiento de la lactancia, el destete, el descubrimiento del mundo, los celos entre hermanos, el inicio de la escolarización, sin obviar asuntos como el divorcio, las adopciones, etc. aparecen y recorren el libro, tratadas siempre con elegancia y penetración. Martha Harris da una importancia capital a todo lo que tiene que ver con el mundo de las fantasías, de los cuentos de hadas, de los seres imaginarios en los que creen los niños. Anima a los padres a sumergirse en ellos, les advierte de que, en la infancia, constituye una enorme privación el no haber creído nunca en la magia, y que los adultos más creativos son quienes han mantenido algún tipo de comunicación con el niño que fueron. Todo lo hace, además, huyendo del utilitarismo: no dice sólo “los cuentos sirven para que los niños elaboren sus conflictos inconscientes”, sino que también señala que “los cuentos son hermosos y profundos”, y quizá ahí radique su valor supremo.

Finalmente, Thinking about infants and Young children está regado de historias de niños, de recuerdos de adolescentes, de situaciones reales vividas por la autora en su consulta o en otros lugares. Todas ellas ilustrativas de los temas que se van exponiendo, pero a la vez exquisitamente narradas. Martha Harris nos muestra, de nuevo, lo importante que es saber narrar. Y no hablo sólo de una cuestión de estilo. A veces me hurta lo secas y planas que son algunas descripciones de “casos clínicos” en los libros de psicología; como si una parte de mi mente se rebelara y pensara: “ninguna vida humana merece ser narrada con tan poco amor”. Pues bien, creo que ninguna vida humana puede ser contada con absoluta frialdad sin banalizarla, sin vaciarla, sin despojarla de sentido. Contar la verdad no es renunciar a narrar. Quizá esa sea la mayor enseñanza de Martha Harris en este libro. Para escribir la historia de una persona, o un fragmento de esa historia, o un simple episodio de su vida, hay que saber narrar. Pues ese es el único modo en que podremos asirlo y contarlo sin despojarlo de la vida que late en su interior. El lector ve, imagina y siente a los niños que aparecen en este libro; y guiado por ellos irrumpe en el mundo, casi siempre cerrado, de la primera infancia.

LISA MILLER, Comprendiendo a tu hijo de 2 años, Barcelona, Paidós Ibérica, 2008. *

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Lisa Miller plantea en este libro, a la vez teórico y práctico, cuestiones que son de sumo interés para la crianza de un niño de dos años, al mismo tiempo que hace un guiño a padres y educadores animándoles a que realicen una reflexión profunda sobre cómo mirar el mundo a través de los ojos de un niño de esa edad.

Los buenos textos sobre los niños pequeños, aquellos que están escritos con sensibilidad y conocimiento, ofrecen al lector una poderosa dimensión existencial. Y es así porque en cada etapa de la vida nos enfrentamos a los principales interrogantes de la existencia humana, adaptados a un determinado nivel de desarrollo, pero siempre intactos, en puridad. Es más, el desarrollo puede concebirse como una sucesión de preguntas y respuestas sobre las grandes preguntas existenciales: ¿quién soy yo?, ¿quién me quiere?, ¿estoy solo?, ¿qué será de mí? Desde bebés, y hasta la vida adulta, buscamos formas de replantearnos y de contestar tales preguntas, pero nunca lo conseguiremos del todo. Por eso acercarnos al desarrollo de los niños pequeños nos dice mucho sobre nosotros mismos, quizá tanto como sobre ellos. Lisa Miller insiste, con acierto, en este punto:

Todos hemos tenido 2 años. La experiencia de tener 2 años sigue en nuestro interior, en las profundidades, pero ejerciendo una gran influencia, del mismo modo que nuestra experiencia de tener 12 o 22. Esto tiene sus ventajas e inconvenientes. Entre los inconvenientes se encuentra el modo en que se reavivan las angustias de nuestro yo de 2 años. Sabemos demasiado bien lo insoportable que puede resultar ser pequeño y débil e intentamos evitarlo. Pero, por otro lado, esto es al mismo tiempo una ventaja. Así es como entendemos cómo deben sentirse ellos. Necesitamos tener una línea directa con sus sentimientos, pero al mismo tiempo debemos aferrarnos a lo que sabemos como adultos. El tira y afloja entre las dos posturas provoca una tensión agotadora.

Y ese agotamiento no es otro que el de los conflictos que afloran entre nuestra cabeza de adultos y nuestro corazón siempre un poco infantil. La autora evoca el concepto de “historia” para referirse a la relación que mantenemos con las experiencias de nuestra propia infancia, y muy sutilmente invita al lector a reconstruirla y otorgarle un sentido. La historia de la paternidad y la historia de los niños:

A la tarea de ser padres, le añadimos una gran cantidad de lo que podemos llamar “historia”. La infancia de nuestros hijos nos recuerda a la propia y ésta es la experiencia que utilizamos, muy a menudo sin ni siquiera darnos cuenta. Cuando nuestros hijos llegan a la primera infancia, evocamos nuestros primeros años de un modo fantasmal y poderoso, oculto.

De entre las preguntas existenciales que rigen nuestras vidas, hay dos o tres que emergen con fuerza en este libro: ¿qué soy capaz de hacer?, ¿cuáles son los límites de la realidad?, ¿quién me cuida? El niño de dos años comienza a enfrentarse a toda una serie de conflictos centrados en la figura de sus padres y hermanos (si los tiene), y la manera en que los entienda y los resuelva resultará fundamental en su modo particular de concebirse a sí mismo y relacionarse con los demás:

Todos los niños saben que sus padres son las dos personas más importantes de su vida. Se presentan dos interrogantes: “¿Quién me ha hecho” y “¿Quién me ha criado?”. Los niños de 2 años están a punto de formularse estas preguntas, que son fundamentales a la hora de establecer nuestra propia identidad y nuestro sentido de quiénes somos.

(…)

El niño pequeño apegado a su madre que quiere meterse en la cama, acurrucado a ella, y echar a papá es el mismo que admira intensamente a su padre, se muere por llevar el coche, utilizar el ordenador o hacer lo que sea que piensa que papá hace. Éste es un conflicto que tardará un tiempo en resolverse: ¿cómo querer a dos personas a la vez?

El libro de Lisa Miller, como todo buen libro, no ofrece respuestas fáciles ni universales. Pero tampoco deja al lector preocupado en el vacío. Da una serie de pistas acerca de cómo decidir si empezar a llevar al niño a la guardería, si sus problemas para comer o para dormir se han convertido en algo serio o no, si las diferencias en el ritmo de desarrollo pueden considerase normales, etc. En general, anima a no derrochar demasiadas energías preocupándose inútilmente (algo por lo que creo que hemos pasado la mayor parte de los padres primerizos), pero al mismo tiempo resalta la importancia de avezar el ojo y no dejar de intentar comprender qué les ocurre a nuestros hijos (y qué nos ocurre a nosotros con ellos). La obra termina con una doble advertencia, y una doble invitación a pensar: el niño de dos años nace como ser humano, y nunca dejamos completamente atrás nuestra infancia:

Nunca dejamos completamente atrás nuestra infancia, siempre hay algo en nosotros que cree en la magia, buena y mala, y en que nuestros padres existen únicamente como tales y no como seres humanos normales sin ningún tipo de poder especial sobre nosotros. Esta parte de nuestra personalidad, ya esté plenamente activa o muy enterrada, todavía siente que nos deben cuidar de un modo casi mágico, que todos nuestros deseos deben ser satisfechos, todos nuestros problemas solucionados y todos nuestros temores disipados. El niño de 2 años nace como ser humano, donde los milagros no suceden y la magia no existe, pero tan sólo está empezando a descubrirlo.

SARAH GUSTAVUS JONES, Comprendiendo a tu hijo de 1 año, Barcelona, Paidós Ibérica, 2007. *

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Este libro, perteneciente a la serie Nueva Clínica Tavistock (que ofrece un volumen por cada año de la vida del niño), es un pequeño tesoro de poco menos de cien páginas. En él Sarah Gustavus Jones, psicoterapeuta infantil, recorre diversos aspectos de la evolución psicológica de los niños en su segundo año de vida, y da a sus lectores ideas y sugerencias sobre cómo interpretar los sentimientos y comportamientos de sus hijos. Todo ello con una sensibilidad inusitada, una mirada atenta y no invasiva.

Numerosas historias de niños y niñas de un año recorren el libro. Dan fe de su diversidad y de sus necesidades e intereses compartidos. La autora las muestra, las interpreta (con un ojo muy fino) y a menudo las deja abiertas para que el lector las piense y las comprenda. La curiosidad es el motor que empuja a los padres a comprender a sus hijos. Cada niño es único, y la única manera de ser el padre o la madre que necesita es acercarse a él y tratar de mirarle y escucharle. Sarah Gustavus Jones recorre en su libro, escrito con gusto, momentos cruciales como la emergencia de la personalidad, la confianza básica del niño en sus cuidadores, sus deseos de independencia, la aparición del juego imaginativo (y la forma en que a través de él los niños representan sus preocupaciones y conflictos) y la necesidad de ser acompañados en la tarea de explorar y descubrir el mundo. En la introducción la autora hace un hermoso paralelismo entre la creatividad de los padres que interpretan a sus hijos y la experiencia de la creación artística. Merece la pena reproducir sus palabras:

A veces nos tropezamos con algo que condensa nuestra propia experiencia con tanta precisión que nos quedamos atónitos. Puede que esto nos ocurra leyendo un libro, escuchando la radio o una canción, viendo una obra de teatro o película, visitando una galería de arte o, simplemente, durante una conversación íntima. Entonces, de repente, la experiencia, la sabiduría o la imaginación de otra persona capta la esencia de lo que es cierto para nosotros. Otra persona, a través de su expresión, nos devuelve nuestra propia experiencia y, gracias a ello, acabamos conociendo esa experiencia de una forma más plena. Esto produce una sensación de satisfacción tan profunda que prácticamente no hay palabras para expresarla. Es como si el hecho de ser comprendidos nos enraizara de una forma más básica en nuestra propia personalidad y nos ayudara a ser más nosotros mismos, proporcionando una mayor profundidad  a nuestro carácter.

Quizá por esta razón los padres seguimos esforzándonos por comprender a nuestros hijos al tiempo que nos ocupamos de sus necesidades físicas. Esto parece implicar tener interés por llegar a conocer a nuestros hijos reales, con la esperanza de ayudarles a desarrollar su personalidad hasta donde ésta pueda llegar o de criarlos para que puedan alcanzar su pleno potencial. No se trata de un esfuerzo idealizado ni sentimental, sino que está motivado por el amor e implica un compromiso con la experiencia del niño en toda su extensión, en lo bueno y en lo malo. De este modo está también relacionado con el reconocimiento de aquello que es cierto y real en la vida y la personalidad de los niños, con el hecho de comprenderles y, con el tiempo, de ayudarles a conocerse a sí mismos. Padres y cuidadores son los artistas potenciales en el mundo de los niños, y la creatividad que implica intentar –y a veces lograr– comprenderles puede ser una fuente de enriquecimiento y de realización personal no sólo para el niño, sino también para el adulto.

Ponerse en el lugar del niño. Tal es el placer y el esfuerzo del que está impregnado el libro de Sarah Gustavus Jones. Me impresionó especialmente el capítulo titulado “El dolor de la intimidad”, en el que la autora reflexiona acerca del amor desmedido que siente el niño por su madre, de sus dificultades para manejarlo, y de la importancia que tiene que le ayudemos a que pueda lidiar con él. Concluyo con sus palabras:

La relación de un niño con su madre tiene mucha importancia. Ésta puede ser la primera relación en que se experimentan y se pueden explorar los sentimientos de amor verdaderos. Estos sentimientos no son muy distintos de los que tiene un adulto que está enamorado. Al igual que el joven enamorado, al niño de 1 año no le espera un camino nada fácil. No sólo tendrá que lidiar con sentimientos de impotencia y dependencia, sino también con la frustración que generan las separaciones.El niño gradualmente empieza a darse cuenta de que su madre es una persona separada con sentimientos reales, y el hecho de darse cuenta de esto conlleva más sufrimiento. Los niños de 1 año han sido extremadamente dependientes de su madre, la han necesitado para que proporcionara contención a todos sus sentimientos. Pero luego toman conciencia de la carga que esto ha representado para la madre, de lo que ha tenido que soportar por ellos, y con esta toma de conciencia llegan también el miedo y una preocupación profunda con respecto al daño que le puedan haber infligido. El amor y el hecho de asumir la responsabilidad van de la mano. Y más adelante, finalmente, llega del desengaño, puesto que progresivamente los niños van comprendiendo que la idea de poseer totalmente a la madre no es realista. Con un poco de suerte sustituirán esta idea por la de una pareja de padres beneficiosa.

Comprender a nuestro hijo de 1 año implica percatarnos, en cierta medida, de lo doloroso y abrasador que puede llegar a ser ese amor para el niño. Los niños de esta edad no son “demasiado pequeños para darse cuenta” de lo que sucede a su alrededor, especialmente cuando lo que sucede tiene relación con aquellas personas a las que aman. Debido a su inexperiencia es probable que se confundan con facilidad, pero la naturaleza apasionada de sus sentimientos llenos de amor es muy evidente.

 

ALISON GOPNIK, El filósofo entre pañales. Revelaciones sorprendentes sobre la mente de los niños y cómo se enfrentan a la vida, Madrid, Temas de Hoy, 2010. *

Filósofo entre pañales

Entrar en la mente de un bebé, entender cómo los niños pequeños se conciben a sí mismos y cómo perciben la realidad que les rodea: tal es el ambicioso proyecto de la psicóloga y filósofa Alison Gopnik en su obra de divulgación The philosophical Baby (traducido El filósofo entre pañales). La autora hace un repaso por las investigaciones más recientes acerca del desarrollo psicológico de los niños desde su nacimiento hasta el quinto año de vida. Expone diversas teorías, y sabe combinar con habilidad los resultados de investigaciones empíricas (experimentos con niños, avances neurocientíficos, etc.) con un discurso que integra las principales categorías filosóficas (conciencia, moralidad, causalidad, identidad, sentido de la existencia). El resultado es un libro ameno, escrito desde el más absoluto respeto, e incluso veneración, de la infancia y su especial modo de sentir y concebir el mundo.

Los niños se presentan como sujetos de emociones, ideas, suposiciones, razonamientos y descubrimientos. En ningún momento se pierde de vista su subjetividad (con la dificultad que entraña en el caso de los bebés), ni ésta es ahogada por las meras observaciones conductuales. El principio empírico se presenta como un punto de partida para explorar la psicología más profunda, enriquecida por conceptos filosóficos. Las conclusiones presentadas son siempre evocadoras e interesantes, aunque en algunos momentos producen cierta sensación de insatisfacción: ¿lo que hacen y dicen los niños pequeños de forma explícita, en el marco de ciertos experimentos dirigidos por adultos, debe ser tomado como el principal indicativo de lo queefectivamente piensan y sienten? Esta pregunta de corte teórico y metodológico me invadió constantemente durante la lectura, con la sensación que de procediendo así era altamente probable perder por el camino ciertas señales esenciales.

Sin embargo, creo que en muchas ocasiones Alison Gopnik da en el clavo, y abre vías de reflexión muy interesantes no sólo para psicólogos o filósofos, sino también para madres y padres observadores. Los capítulos dedicados a la atención, la consciencia y la construcción de la identidad me resultaron reveladores. La autora subraya la maravillosa función que cumple la atención flotante de los bebés, y su falta de capacidad para concentrarse en una sola cosa (algo muy valorado por su funcionalidad desde el mundo de los adultos). Destaca la importancia que este tipo de atención tiene para quien está descubriendo el mundo y por tanto no sabe ni debe filtrar lo que no es interesante en un determinado momento. Se enfatiza el valor de este tipo de atención dispersa en la creatividad, la investigación y el juego, y se la compara con experiencias adultas como el viaje radical, la creación artística, la meditación, o la asociación de ideas y sensaciones propia de los sueños o de ciertos estados alterados de la conciencia. La lectura de estos capítulos me ayudó a ver con otros ojos la aparente dispersión, o ese “no parar” y “querer tocarlo todo”, de los niños menores de tres o cuatro años.

Son también muy interesantes los hallazgos presentados en torno a la memoria, la aceptación y comprensión de las normas morales o la importancia capital de las primeras relaciones de apego. Gopnik traza constantemente puentes entre el niño y el adulto, y destaca no sólo la importancia de las experiencias infantiles en la construcción de la personalidad, sino también aquello que los ya adultos podemos aprender conviviendo con niños. La autora sostiene que el modo en que los niños pequeños se acercan al mundo, sus descubrimientos y experimentos, es esencial para su aprendizaje, y posee muchos puntos en común con el modo en que se genera el conocimiento científico y humanístico.

Al final subyace una pregunta, que recorre el libro: ¿cómo es ser bebé? La autora dice que daría cualquier cosa por pasar un día en la mente de un niño de dos años. Creo que es un deseo que compartimos muchos padres al mirar a nuestros hijos: esa curiosidad profunda por saber de qué manera conocen y perciben el mundo. Sin duda este libro acompaña en dicha tarea; intenta dar respuestas, pero sobre todo plantea sencillas y prodigiosas preguntas.

 

MARIELA MICHELENA, Un año para toda la vida. El secreto mundo emocional de la madre y su bebé, Madrid, Temas de Hoy, 2002. *

Un-año-para-toda-la-vidaUn año para toda la vida recorre la vida de un bebé y una madre imaginarios desde la noticia del embarazo hasta que el niño cumple su primer año (para acabar dando pinceladas de lo que puede suceder después). Es un viaje que tiene la misión de acompañar a las mujeres que se encuentran en este momento de transición y descubrimientos, pero también de explorar y desvelar, a cualquiera que quiera acercarse a él, “el secreto mundo emocional de la madre y su bebé”, tal como reza el subtítulo de la obra.

La autora no duda en introducirse en la intimidad de la experiencia, mirándola a la vez desde fuera (con los ojos del observador) y desde dentro (poniéndose en el lugar de la madre y en el lugar del bebé). Trata de alcanzar la objetividad sin renunciar a explorar las emociones más sutiles, a atisbar los secretos de una realidad que es, en cada caso, única y compleja. Consciente de la dificultad de construir a esa madre y ese bebé imaginarios, Mariela Michelena renuncia  a dar consejos o recomendaciones: intenta guiar a la madre (a la que supone su lectora preferente) por un camino en el que lo más importante es que sea capaz de encontrarse consigo misma, en su nuevo papel de madre, y con su hijo.

Uno de los elementos más ricos y originales de la obra son las constantes referencias que hace la autora a la huella que deja el primer año de vida en cualquier persona (y de ahí su título). Ella misma lo anuncia en la introducción: “En este libro no sólo hablaremos del bebé oficial, el recién nacido, sino de ese bebé que permanece inalterado en nosotros. De ese bebé que a veces nos asalta desde adentro y nos impone sus deseos.” Para ello se sirve, fundamentalmente, de casos clínicos, de niños y adultos, que le llegaron a su consulta de psicoanalista; pero también de una interesante experiencia de observación de bebés. De este modo consigue que el lector se reconozca en la experiencia infantil: que la vea con los ojos de quien comparte mucho, en la profundidad de sus temores y sus deseos, con ese bebé al que acaba de descubrir.

Mi encuentro con este libro se produjo más o menos a mitad de mi embarazo. En un momento en que ya había superado buena parte de los miedos y ambivalencias que se describen en sus primeras páginas. Recuerdo que me alivió encontrar un reflejo de lo que había vivido, y que me embarqué con pasión en su lectura, ansiosa por descubrir “lo que me aguardaba”. Creo que me ayudó a preparar ese hogar imaginario al que había de llegar el bebé. Y en los primeros meses de vida de mi hijo lo recordé a menudo, ayudándome a interpretar muchos de los signos que veía en él. Releí algunas partes cuando Gabriele tenía cerca de un año y las encontré casi todas certeras e inspiradas.

Si tuviera que identificar el principal valor de esta obra sin duda destacaría el modo en que conecta con la mujer que va a convertirse (o acaba de convertirse) en madre. A través de sus páginas la mujer y la madre se entrelazan, se abre un espacio para sus dudas, su felicidad y sus alegrías, pero también sus temores y ambivalencias. En un terreno tan idealizado como es el de la maternidad, Un año para toda la vida es un libro que, ante todo, acompaña y tranquiliza. Esto lo hace (y quizá sea lo más importante) sin degradar en absoluto la experiencia, sin renunciar a un ápice de su intensidad, de su maravilla, de su misterio. Nunca banaliza ni trata de lograr la identificación con las lectoras a través de relatos grotescos sobre niños manipuladores y madres desquiciadas. El objetivo último de la obra es ofrecer a las madres una lectura que les ayude a disfrutar de su experiencia, internándose en ella, perdiendo el miedo, aceptando lo que ven dentro de sí y concentrándose en mirar su hijo. Un año para toda la vida constituye, al mismo tiempo, una lectura amable e interesante para cualquiera que se interese por comprender mejor a los bebés y sus madres.

 

DONALD W. WINICOTT, Conozca a su niño. Psicología de las primeras relaciones entre el niño y su familia, Barcelona, Paidós Ibérica, 2004. *

Conozca a su niño

Este libro posee algunas de las virtudes más importantes que puede tener una obra de divulgación sobre la psicología de los bebés: en primer lugar, trata de comprender lo que siente un bebé desde sus primeros instantes, de un modo atento, reflexivo, sin dar nada por hecho, poniendo el acento en el respeto a la individualidad de cada niño y en la extrema importancia de sus primeros momentos de vida; además, reivindica el papel fundamental de la madre, e intenta convencer a las madres de que ellas lo saben casi todo sobre sus niños, además de infundirles la confianza en que son perfectamente capaces de cuidarles y en que nadie lo hará mejor que ellas. Alerta contra el exceso de consejos y de ideas externas que puedan perturbar la intimidad entre un bebé y su madre y el necesario vínculo que se ha de establecer entre ambos.

El libro fue escrito a raíz de unas conferencias divulgativas que su autor dio en la BBC. En él se dirige, de forma genérica, a las madres, con la intención de ayudarlas a confiar en sí mismas y ofrecerles algunas ideas acerca de lo que sienten sus hijos: de lo que es ser bebé, a fin de cuentas. En algunas ocasiones (como en todo lo referente al papel del padre, por ejemplo) se nota el paso del tiempo, los cambios en la sociedad y las costumbres, y seguramente hoy en día no podrían escribirse del mismo modo. Pero creo que es perfectamente posible acercarse al libro haciendo abstracción de estos detalles, y considerarlo, al menos, una lectura inspiradora.

Yo lo leí, por primera vez, hace muchos años, cuando aún ni pensaba en tener hijos, en una época en que comencé a interesarme mucho por la psicología y el psicoanálisis. Recuerdo que me encantó. Leí después otros libros del mismo autor, que me parecieron igualmente interesantes, pero siempre me quedó el recuerdo de Conoce a tu niño como un libro amable, cuidadoso y certero. Creo que mi visión del mundo de los bebés ha estado desde entonces influida por esa lectura. Me dejó, sobre todo, una sensación de profundo respeto hacia los niños pequeños, su personalidad, sus deseos y sus necesidades; una enorme atención hacia sus gestos y actitudes; la acuciante necesidad de cuidar y favorecer la relación entre los bebés y sus madres.

Volví a leer algunas partes del libro cuando esta intentando quedarme embarazada y cuando Gabriele tenía dos meses. Me maravilló, entonces, la gran sutileza con que se habían escrito algunos capítulos, por ejemplo el dedicado al amamantamiento. Encontré palabras que explicaban lo que estaba viviendo: que le dieron forma y profundidad a mi experiencia. Me reconocí en muchas cosas que se decían; otras me despertaron dudas, pero en cualquier caso me dieron qué pensar, y me ayudaron a observar con más atención a mi hijo.

Conoce a tu niño es, ante todo, una obra escrita por alguien que ha observado atentamente a muchos niños; que ha tratado de entenderles, de adivinar sus motivaciones y deseos; alguien que, además, renuncia a dar consejos a las madres porque confía, ante todo, en el buen hacer de las madres. Y que pide que se respete sobre todo a los niños, incluyendo el respeto a su llanto, a su rabia y sus rechazos; llamando la atención sobre la intensidad de sus emociones, la complejidad de sus conflictos, el desbordamiento al que a veces están sometidos. Al mismo tiempo, creo que es un obra que tranquiliza. En un mundo en que cada pequeño síntoma parece ser calificado de enfermedad (el niño se enfada, a veces no come, es inquieto, se hace pis en la cama, etc.), Winnicott recuerda que la labor de los cuidadores y educadores no radica en evitar los conflictos: que, a veces, cuanto más intensas son las experiencias (placenteras o displacenteras) más conflictos surgen, y que la salud no consiste sólo en apartarlos, conduciendo quizás a una experiencia menos rica. Anima, a fin de cuentas, a no tener miedo: a que los padres nos atrevamos a bucear en el complejo mundo de la mente de nuestros niños.

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