MAMÁ EN PARO

Me levanto y veo las redes sociales, los periódicos digitales y mi correo electrónico inundados de artículos y mensajes sobre el día de la mujer. Hasta hace poco más de dos meses yo era una mujer y madre trabajadora, pero ahora, por avatares de la vida (léase crisis económica), no tengo trabajo remunerado y paso la mayor parte del día en mi casa. Como me dedico a la investigación en Humanidades, en realidad mis actividades no han cambiado tanto: sigo leyendo, escribiendo artículos, pensando y preparando nuevos temas de investigación, buscando nuevos contratos. Gracias a la prestación por desempleo todavía puedo pagar a la cuidadora de Gabriele, que me ayuda en casa y me permite tener unas horas libres, dedicadas a mi trabajo. Pero todo lo hago con la presión de quien se siente al borde de lo desconocido (la desocupación, con lo que implica esta palabra en su más hondo sentido), con la esperanza de encontrar pronto una salida, con el deseo de ocupar este tiempo de la mejor forma posible y que en ningún caso sea efectivamente un tiempo perdido.

Cuando me quedé en paro, el comentario más común a mi alrededor era: “por lo menos ahora podrás disfrutar más de tu hijo”. Y la verdad es que disfruto de Gabriele igual que cuando salía de casa para trabajar y después volvía y pasaba con él todas las tardes. Mis horarios flexibles ayudaban, sin duda. Pero querría llamar la atención sobre el hecho de que disfrutar de Gabriele y disfrutar de mi vida y mi trabajo son, en realidad, dos caras de la misma moneda, y no dos realidades contrapuestas. Sé que a veces es difícil conciliar, y también que hay trabajos terribles y explotadores que impiden a las mujeres pasar con sus familias el tiempo que quisieran. Pero me resisto a creer que la solución a todo esto sea quedarse en casa. O que se vea como casi un consuelo el ser una madre en paro.

Pienso en aquellas mujeres que lucharon y murieron por poder trabajar, a las que hoy recordamos. En tantas otras que tuvieron que renunciar a ser madres para poder ser algo más que sólo madres. Y me doy cuenta de la infinidad de injusticias personales, invisibles, que se han cometido y se siguen cometiendo hacia ellas. Pienso, a reglón seguido, en tantas mujeres a las que esta crisis económica está robando la posibilidad de trabajar y la posibilidad de ser madres. Quizá por separado, quizá las dos cosas al mismo tiempo. Y también me acuerdo de la infinidad de madres en paro que estarán luchando por no perder el tren de su vida profesional, sin ayuda para cuidar de sus hijos, viendo cómo algunos de sus sueños se escapan y una parte de la sociedad les recuerda que han de estar felices por poder dedicarse en exclusiva a ser madres. 

Son tiempos de resistencia. Y saber resistir es un arte. Quizá uno de los más sutiles y complejos. Yo me afano en él cada día, y cada día me cuesta. Saber resistir es no aceptar las injusticias, no renunciar a las propias ilusiones y los propios deseos, rebelarse ante lo injustificable, no culparse por no tener trabajo, no aceptar que estar desempleado es ser un lastre, no perder la confianza en las personas y en el futuro, no pensar que “todo vale”, no desistir ni decaer, no dejar de indignarse y además, en medio de tantos esfuerzos cotidianos, saber disfrutar del tiempo que pasas con tus hijos y conseguir que crezcan como personas libres, felices y comprometidas, a pesar de que el mundo parezca estar cayéndose a pedazos.

Ahora creo, más que nunca, en el valor social de lo que hacen las madres. En la importancia que tiene para todos que cada niño tenga una madre que luche, que disfrute, que piense, que denuncie, que compadezca. Una madre que no tire la toalla en ningún aspecto de su vida, que no viva de reproches y frustraciones, que no sienta que se le han robado las oportunidades, que no pierda la esperanza. Y no deja de sorprenderme lo poco que nuestra sociedad cuida de las madres. Lo tremendamente difícil que se nos ponen las cosas tantas veces.

Hoy, en el día de la mujer, me quedo con la imagen de todas esas mujeres (muchas también madres) que trabajan (o están en paro, o son amas de casa) y que resisten. Pues nadie ha podido convencerlas de que en este mundo jamás podrán cumplirse sus deseos; ni de que no cultiven un espacio de libertad en sus cabezas; que no imaginen, que no analicen, que no se rebelen; nadie ha sido capaz de conseguir que no eduquen a sus hijos como personas libres, que no les transmitan el amor de la justicia, que les preparen para vivir en un mundo de esclavos.

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