PENSAMIENTO Y LOCURA

Fernando Colina, Sobre la locura, Valladolid, Cuatro ediciones, 2013.

portada locura

El último libro de Fernando Colina es como un imán que ejerce sobre sus lectores una atracción reveladora, perturbadora y profunda. La experiencia de su autor –psiquiatra e investigador– con los psicóticos late inconfundible en el texto, que destila un poderío de pensamiento y una originalidad inusitadas. Pero rápidamente se convierte también en experiencia para el lector, cuya mente comienza a orbitar por los oscuros y seductores páramos de la locura. Veinticuatro fragmentos en los que se reflexiona sobre la locura a la luz de otros tantos conceptos (el amor, el secreto, la violencia, la historia o la ternura, por poner algunos ejemplos) dan forma a una obra tan peculiar como imprescindible.

Sus páginas están regadas de bellas y sugerentes definiciones de la locura, todas ellas imperfectas, y todas escurridizas: “Llamamos psicótico a quien no puede mentir, a quien no logra establecer una diferencia clara entre el pensamiento íntimo y su discurso articulado”; “la locura representa la experiencia de quien no ha soportado el abandono inaugural que pone en marcha nuestra identidad y nuestra independencia”; o “los locos se convierten fácilmente en un peligro porque nos confrontan con las raíces de nuestra debilidad”. Así, Colina escribe desde la psiquiatría –cuestionando muchas de sus prácticas, su violencia inherente, dando hermosas pinceladas acerca de cómo se debería tratar a los psicóticos– para traspasar sus fronteras y dirigirse al hombre común. Su maestría radica en el reflejo que ofrece de la vulnerabilidad de nuestra construcción del deseo, siempre acechada por ese abismo de voces huecas en el que se precipitan los locos.

El libro consigue, al mismo tiempo, poner de relieve esa parte de “lucidez y brillantez mental” que surge en medio de la locura, ese lado de verdad escondida que actualmente, con el paradigma médico de los trastornos mentales, casi nadie está dispuesto a acoger. Colina no duda en afirmar que “la locura, además de una incapacidad, representa una indagación sabia sobre los límites del hombre y su verdad”, y que “el verdadero peligro que encarnan los locos proviene de la fuerza de su pensamiento, de su penetración psicológica”. Sus palabras dan muestra de un respeto radical y profundo hacia los psicóticos, sustentado en el “derecho a estar loco” y en la necesidad de que quien se propone ayudarlos transite un estado limítrofe con la locura, “la doble locura” de terapeuta y paciente.

No se omite, en ningún caso, la centralidad del sufrimiento. Muy al contrario, se le ofrece un lugar y un sentido: “Lo que llamamos sintomatología no es nada más que un documento manuscrito del sufrimiento”; “el esquizofrénico soporta como nadie la experiencia sobrecogedora de que el tiempo se ha detenido y uno queda expuesto al dolor de la eternidad”. Los capítulos dedicados a lo sagrado, Dios, la inmortalidad y la historia nos sitúan en la última frontera de lo humano, y nos invitan a escuchar a los locos para reconocer todo lo que hemos ido sacrificando en aras del progreso y la Modernidad: “para pulsar la dirección y el significado del mundo no hay nada como prestar oído a los psicóticos y atender a sus delirios”.

Una vez concluida la lectura, todo parece apuntar hacia uno mismo. Por eso el calificativo que mejor describe a este ensayo es revelador. Destapa y vuelve a tapar, generando en esa abertura una experiencia nueva. Destaca la locura concebida como fenómeno del lenguaje, esa palabra “propiamente poética, es decir, intemporal, abisal y originaria, tan vacía como cargada de sentido” que crean los psicóticos.  Y memorables son los fragmentos dedicados al amor y a la ternura. Sobre esta última dice: “Su presencia nos procura un silencio trenzado entre la risa y el llanto que los psicóticos saborean como no lo logra ningún otro espécimen humano”. Es esa doble sensación de conmoción y tristeza el sabor que nos deja en la boca su lectura: el estupor ante un temor que habla de quiénes somos y el reencuentro con la orfandad y el amor infantil, en toda su intensidad y su desvalimiento. Sobre la locura nos traslada al lugar del desamparo primigenio y a los espacios más oscuros de la civilización en que vivimos, y lo hace con tan exquisita inteligencia que no podemos más que estar agradecidos por la irreductible experiencia que nos brinda.

* Reseña publicada en «La sobra del ciprés», suplemento cultural de El Norte de Castilla, el 12/04/2014.

Extracto:

La ternura es de condición infantil. Toda manifestación tierna es, en último término, una provocación lanzada intempestivamente contra el tiempo y la edad. Dos que la intercambian se vuelven anacrónicos en su relación, condenados a intercambiar sus papeles sin descanso y sin respeto a la temporalidad. Unas veces hacen de padres y otras de hijos, unas de dominantes y otras de sumisos, en una alternancia vertiginosa que nos complace con su mezcla de nostalgia del pasado y mirada al porvenir. Recrean de este modo el esfuerzo por renovar y negar al mismo tiempo la separación corporal, que es caldo de cultivo donde la ternura crece y se alimenta. Un territorio donde precisamente bracea desesperado el psicótico. (…) Por si fuera poca su debilidad, la ternura nace del desamparo. La indefensión extrema con que un cuerpo preñado nos arroja en medio de la naturaleza convierte la vida en una súplica muda y deja en nuestro interior un vacío que nada puede colmar. La ternura no es otra cosa que un momento reservado al diálogo establecido entre un vacío primigenio y otro vacío similar.

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