Vivir con un niño es estar cerca de los sueños. Como lo es desear un hijo, concebirlo, gestarlo, verlo nacer. Todas ellas circunstancias que superan la razón y nos sitúan en un territorio propicio para la imaginación y el pensamiento mágico. De algún modo, se ensanchan los límites de lo real, de lo posible: ¿si he sido capaz de crear a un niño, qué es lo imposible? La experiencia hace que no nos sorprendamos tanto, desde fuera, de que una mujer tenga un niño, pero para cada madre no hay nada más asombroso e inexplicable que el haber sido capaz de dar vida a sus hijos.
Recuerdo que durante el embarazo leí en un libro que los fetos sueñan dentro del vientre materno. Creo que habían hecho esa deducción a partir del movimiento de sus párpados, que se correspondía con una determinada actividad cerebral. Me pregunté durante mucho tiempo qué podía soñar un bebé que no tenía aún ninguna experiencia de la vida extrauterina. E imagino que su “soñar” ha de ser muy distinto al que nosotros cocebimos: sombras, sonidos, sensaciones de presión, algo parecido a una sinfonía o a un cuadro abstracto, o quizá a esas gotas de luz que aparecen con fuerza ante nuestros ojos cuando los cerramos y afuera hay una luminosidad intensa.
Después del nacimiento los sueños siguen siendo un misterio. Sobre todo porque los bebés muy pequeños pasan largos ratos en una especie de sueño activo, que les lleva a mover los brazos, las piernas, el cuerpo, mientras están dormidos. Recuerdo que a veces me quedaba mirando a Gabriele y me parecía que sus movimientos fueran rítmicos, como si hubiera una música en su interior.
Ahora, con dos años y medio, creo que sus sueños han de ser mucho más parecidos a los nuestros. A veces pesadillas, otras escenas felices. Pero todavía no nos los cuenta. No del todo, no en forma de relato. Vivimos convencidos de que los sueños son historias, a veces fragmentarias, otras veces largas y bien hiladas. Solemos atribuir su fragmentación a que olvidamos parte de lo que hemos soñado. Pero en gran medida nosotros, al recordarlos, los transformamos en relatos. Gabriele, con su lenguaje aún limitado, poco a poco va siendo capaz de narrar historias sencillas, reales o imaginarias: “los trenes chocan, caen, ninonino (llegan los bomberos y rescatan a los pasajeros)”, pero sospecho que sus sueños deben de tener aún la forma de imágenes potentes y bastante aisladas, palabras mágicas que se repiten.
¿Y los míos? Una de las cosas que más me han sorprendido de la maternidad es el modo en que todo un universo de seres fantásticos ha vuelto a poblar mis sueños desde que Gabriele ha crecido. Desde que Gabriele conoce a los monstruos, a los lobos, a las brujas. Muy a menudo sueño con brujas: ¿me siento yo una madre mala?, ¿así me ve a veces mi hijo? Me hago preguntas que superan los límites de la lógica, que se encuentran, la mayor parte de las veces, del lado de la sinrazón más absoluta.
Hace unas semanas, Gabriele se despertó en mitad de la noche y empezó a llamarme. Fui a verle, quería que le llevara a nuestra cama. En general él ya no se despierta, y si le veo alterado porque ha tenido una pesadilla o sospecho que puede encontrarse mal, le llevo a nuestra cama. Pero aquella noche me pareció que no le pasaba nada. Así que le respondí que no, que me quedaba un rato allí a su lado, pero que no iba a venir con nosotros. Él se enfadó bastante, me rechazó, luego acabó aceptando mi compañía y se quedó dormido. Cuando volví a mi cama, en el último tramo de la noche, soñé que una bruja había entrado en la habitación de mi hijo: una bruja con sombrero en pico y verrugas en la nariz. Que Gabriele lloraba aterrado al verla y la bruja intentaba seducirle con buenas palabras, mientras él trataba de liberarse de ella. Finalmente hacía un hechizo, le daba la mano… y en ese momento me desperté muy alterada pensando que le estaban robando el alma a mi hijo. Tras el sobresalto, me di cuenta de que ya era de día. Y la primera idea que se me vino a la cabeza fue: “Gabriele esta madrugada me ha visto como si yo fuera una bruja”. Mi impresión se vio acrecentada porque se despertó algo malhumorado, como enojado conmigo. Le pregunté si se había enfadado por que no le había llevado a nuestra cama y asintió. No pasó nada más. Quise preguntarle si había soñado que yo era una bruja pero me contuve. Aquello no tenía sentido: ese era mi sueño. ¡Y sin embargo habría podido ser también el suyo! Me acordé, entonces, de un brevísimo cuento de Francisco Acevedo recopilado por Borges en su Libro de los sueños:
DER TRAUM EIN LEBEN
El diálogo ocurrió en Adrogué. Mi sobrino Miguel, que tendría cinco o seis años, estaba sentado en el suelo, jugando con la gata. Como todas las mañanas, le pregunté:
-¿Qué soñaste anoche?
Me contestó:
-Soñé que me había perdido en un bosque y que al fin encontré una casita de madera. Se abrió la puerta y saliste vos.
Con súbita curiosidad me preguntó:
-Decime, ¿qué estabas haciendo en esa casita?
La lectura del cuento, horas más tarde, me hizo sonreír: ¿había estado a punto de responsabilizar a Gabriele de que yo hubiera soñado con una bruja?, ¿o acaso pretendía averiguar si aquella noche, tras mi partida, había temido que le visitara alguna bruja? Sólo puedo decir que suceden cosas extrañas cuando uno vive con un niño. No creo en ninguna clase de esoterismo, no saco conclusiones. Pero a veces siento que Gabriele se cuela en mí, que en cierto modo me invade y en parte le abro mi mente para que él la llene con sus alocadas ideas.
Los sueños se hacen y se deshacen de un modo sutil y casi fantasmagórico. Y parte de lo que me une a mi hijo reside en ellos. Tras el parto, nunca he podido volver a sentir lo que era estar embarazada más que en sueños. Trato de recordarlo y jamás llego a aquel cuerpo que yo tenía. Pero más de una noche he estado embarazada, con una reproducción exacta de todas aquellas sensaciones, dentro de un sueño. El despertar es raro: es como recuperar por un tiempo algo que fue tuyo y sabes que has perdido. Hay días en que soñar es como volver a estar los dos así de juntos: es intuir que de algún modo misterioso seguimos conectados, que nuestras emociones se entremezclan, que mi cabeza es uno de los lugares donde aquello que Gabriele siente toma forma, se hace relato y se deshace en migas que arrastra el viento.
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