LA LLAVE DE ORO

Gabriele siente fascinación por las llaves. Le sucede desde hace bastante tiempo, más o menos desde que cumplió un año, pero es una pasión que ha ido en aumento y que está alcanzando, en los últimos días, uno de sus puntos álgidos. Busca todas las llaves que puede, en los lugares más insospechados; se llena de satisfacción cuando las encuentra, me las muestra con orgullo y con deseo, como si de verdad acabara de hallar un tesoro. Pues toda llave contiene la promesa de un tesoro. Eso es lo que nos dice «La llave de oro», un brevísimo cuento de los Hermanos Grimm:

Érase una vez un pobre niño que vivía en una cabaña cerca del bosque. Un día de invierno glacial salió a buscar leña pese a la espesa nieve. Tras recoger y cargar la leña en su trineo, el pequeño tenía tanto frío que decidió encender un fuego para calentarse un poco. Escarbó un poco en la nieve y, cuando quedó al descubierto el suelo helado, se quedó sorprendido al encontrar una pequeña llave oro.
 – Si hay una llave, –pensó– la cerradura debe de estar cerca.
 Entonces quitó la tierra y descubrió un cofre metálico.
 – ¡Ojalá ésta sea la llave! –pensó el muchacho–. Este cofre debe de encerrar algún tesoro.
 Movió el objeto en todos los sentidos y, al final, descubrió la cerradura: el agujero era tan pequeño que apenas se veía. La llave entró sin ningún problema. El muchacho la giró delicadamente y…
Ahora tendremos que esperar a que levante la tapa para saber, al igual que él, qué maravillosos tesoros esconde el cofre.

Al leerlo, me sorprendió poderosamente descubrir que Gabriele piensa y siente igual que el niño del cuento. Y así, se pasa la vida buscando cerraduras. Ayer estábamos en un restaurante y, al acabar de cenar, un amigo le dejó un maravilloso llavero lleno de llaves: para Gabriele fue como encontrarse con un sueño. Tras examinarlas detenidamente y enseñárnoslas orgulloso, exigió levantarse y comenzó a caminar por el local. Salimos después a la calle. Había, muy cerca, varias motos aparcadas. Y de repente allí, entre las motos, encontró lo que tanto estaba buscando… ¡cerraduras! Con una paciencia que me dejó asombrada, trató de introducir cada una de las llaves en aquellas cerraduras. Afanándose, pero a la vez tolerando la frustración de que no entraran.

Otros días se excita porque ve una cerradura en un escaparate, e inmediatamente nos pide las llaves de casa para ver si abren. A veces, cuando llegamos al portal, le damos el llavero y le sostenemos en brazos para que él abra la puerta. Parece maravillado de que la llave entre.

Podría hacer una lista interminable de las llaves y las cerraduras que han fascinado a Gabriele: por ejemplo en casa de sus abuelos paternos, donde pasó varios días sacando llaves de distintas cajas y colándolas por las cerraduras (mucho más grandes) de un enorme baúl; en casa de su bisabuela, donde lo primero que hace nada más entrar es ir en busca de las llaves de un armarito que recuerda desde que era bebé; en las taquillas de los museos y los supermercados. Cuando tiene llaves pero no cerradura (lo que le sucedió hace muy poco con las llaves de una amiga) va buscando agujeritos que se asemejen a una cerradura.

¿Qué buscan los niños?, ¿qué quieren abrir con las llaves? Cabría pensar que tan sólo tratan de combinar objetos, que es una simple cuestión mecánica. O quizá parte de su infatigable inclinación a imitar a los adultos. Pero creo que hay algo más, algo que empieza siendo muy sutil pero que va cobrando fuerza a medida que crece el niño.

La llave da el poder de abrir, es una promesa, un deseo de encontrar la cerradura adecuada. Me llama la atención que la frustración de ese deseo es muy tolerable para Gabriele. Quizá porque lleva la marca de un secreto, de algo que se debe guardar y que tarde o temprano será desvelado. Creo que los niños aman los misterios porque confían secretamente en que serán desvelados; un día u otro, poco importa en su mente aún ajena al tiempo. Repiten día tras día la escena del niño del cuento de los hermanos Grimm: su vida es un constante hallar llaves de oro y un continuo buscar cofres y cerraduras. Están a las puertas de lo desconocido. Y es hermoso observar cómo al lado de la necesidad de acaparar y poseer las cosas, nace en ellos, desde la primera infancia, ese saber vivir en el deseo, que es todo un arte, y que tantas veces se nos dificulta a los adultos.

Observando a un niño pequeño uno se reencuentra con el poder y el valor de los símbolos. Es asombroso ver cómo los niños, con su limitada experiencia de la vida, se sienten atraídos sin remedio por determinadas imágenes y símbolos. No en vano, los cuentos infantiles están llenos de llaves, de niños que encuentran llaves.

Estando yo embarazada tuve un día un sueño inquietante. Me despertaba con una llave en la mano y descubría que ya no estaba embarazada. Buscaba al bebé por todas partes, muy alterada. Encima de una mesa había un cofre. Lo abría, y encontraba allí dentro a un niño. Estaba envuelto en un papel muy fino que mi abuela utilizaba para envolver la ropa que iba tejiendo para mi hijo. El hallazgo me sobresaltaba, pero el bebé me sonreía, parecía contento y tranquilo. Yo lo miraba absorta un tiempo, pensaba que era precioso, y lo volvía a tapar y a cerrar el cofre.

De aquel sueño surgió un poema:

Y tus manos me tocaban tranquilas,

ajenas al porqué
de mi gran sobresalto.
Yo te encontraba envuelto y escondido.
En tu quietud movías
los ojos,
hasta encontrar mis ojos.
Es tu mirada sólo para mí.
Duermes dentro de un cofre.
Yo lo abro y lo cierro,
de ti viene la luz,
la dicha es mi secreto.

 

Poco tiempo después, al narrar el sueño, alguien me contó la historia del nacimiento de Adonis (que yo no recordaba haber escuchado antes):

Afrodita instó a Mirra a cometer incesto con su padre, Ciniras o Tías, rey de Esmirna o Siria. La niñera de Mirra ayudó con el plan, y Mirra se unió con su padre en la oscuridad. Cuando Tías descubrió al fin este engaño gracias a una lámpara de aceite, montó en cólera y persiguió a su hija con un cuchillo. Mirra huyó de su padre y Afrodita la transformó en un árbol de mirra. Cuando Tías disparó una flecha al árbol, Adonis nació de él.  

Era un bebé tan hermoso que Afrodita quedó hechizada por su belleza, así que lo encerró en un cofre y se lo dio a Perséfone para que lo guardara. Pero cuando ésta descubrió el tesoro que contenía quedó también encantada por su belleza sobrenatural y rehusó devolverlo. La disputa entre las dos diosas fue resuelta por Zeus, quien decidió que Adonis pasase cuatro meses con Afrodita, cuatro con Perséfone y los cuatro restantes del año con quien quisiera. Adonis sin embargo prefería vivir con Afrodita, pasando también con ella los cuatro meses sobre los que tenía control.

La historia me impactó, como hoy la de los hermanos Grimm (que sí recordaba y fui buscar tras observar a Gabriele). Nunca sabremos a ciencia cierta por qué las madres guardan a sus niños en cofres y los niños se afanan en buscar llaves y cerraduras. Esta noche he pensado que quizá haya algún nexo escondido entre ambas cosas, algo así como el amor a la intimidad de las promesas y la necesidad de poseer un pequeño tesoro escondido: una llave para abrir y cerrar la caja de nuestros deseos más recónditos.

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