EL DÍA DEL LIBRO

Durante mucho tiempo los festejos del 23 de abril no me decían demasiado, ni tenía la costumbre de regalar libros. Todo cambió tras vivir cinco años en Barcelona y conocer de primera mano la celebración del día de Sant Jordi. Ahora, que hace ya varios años que resido en Madrid, todos los 23 de abril me acuerdo con nostalgia de mis tiempos barceloneses y envidio las calles llenas de libros y de rosas. Hay tradiciones que uno se va llevando de los lugares por los que pasa, porque tienen algo que resulta especial o están unidas a determinados recuerdos. En mi caso, el día del libro es un poco de ambas cosas.

Mi primer año en Barcelona lo pasé en casa de Esther Tusquets. Allí descubrí Sant Jordi, y me sorprendió el modo en que la ciudad quedó inundada. Regalé y recibí muchos libros y rosas, recorrí una y otra vez las calles, y recuerdo que al final, sobre las ocho de la tarde, cayó un chaparrón que dejó esa imagen de tristeza y nostalgia que le queda a uno cuando se acaban las fiestas; con el mismo sentimiento amargo de los niños que ven los restos de su fiesta de cumpleaños. Hablé con Esther de eso aquella noche: de lo bonito que siempre había sido y seguía siendo el día de Sant Jordi, a pesar de todas las críticas que pudieran hacérsele, y de lo desazonador que era el fin de las fiestas infantiles. Me llamó la atención, como tantas otras veces, el modo en que compartíamos sentimientos muy concretos, aparentemente banales, pero que para nosotras poseían algo esencial.

Me acuerdo hoy también de Esther Tusquets por el aprecio y la sensibilidad que tenía hacia los libros para niños. Porque es el primer Sant Jordi de Gabriele, y he descubierto con él todo un mundo maravilloso de álbumes infantiles. Muchas personas le regalan libros, unos le gustan más que otros (y no siempre coincidimos en el gusto), pero a menudo me pregunto qué libro le hubiera regalado Esther. Quizá un día como hoy.

Otro Sant Jordi, unos años más tarde, vino el padre de Gabriele, que vivía en París en ese entonces, a visitarme por primera vez a Barcelona. Yo le había fabricado un libro con mis manos (y soy muy torpe con las manos): creo que es una de las mayores cosas que he hecho por amor. Todavía me sorprendo cuando lo veo, me pregunto cómo fui capaz. Y no es que sea ninguna maravilla (nada mucho mejor que las manualidades infantiles), pero se nota que está inspirado. Fue aquel Sant Jordi un día soleado, y lo recuerdo como una de las imágenes de la felicidad.

Gracias a la memoria de esos años hoy no hemos olvidado regalarnos libros y rosas. Gabriele también ha participado. Y así ha empezado a formar parte de nuestro pasado, de esas historias que ocuparán un lugar en su vida sin haberlas vivido, como las historias de los libros y los cuentos.

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